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El inicio parece arrancado de una fábula criolla: algo asi como un fragmento del Principito, pero vestido a la usanza nuestra, bien del barrio que se escon de más acá, un poco reo, novelesco, suburbano

Su Abuela fue quien le regaló la primera guitarra Desde aquel gesto fundacional que encendió la mecha con temura, Jorge creció sin detenerse hasta ser niño nuevamente. Y posiblemente un domin go, con la luna caida en los charcos difusos de la tarde, a esa hora que empie za a esfumarse lentamente el croar de las parrillas y el humo de la noche vela a todos los fantasmas, entre los vasos y los grillos desparramados todavia sobre el mantel, oyó a su Padre cantar por primera vez. Desde ese dia no podemos precisar con exactitud si es la voz de su Viejo la que canta por su voz, o si andan las dos entremezcladas, atadas, confundidas demoliendo catedrales del mal gusto con pura dinamita de arrabal Después, acompañó a uno y diez y mil cantores de boliche. Y el boliche hundió en las témperas del alba su calido pincel de vino tinto para pintarle mostradores de fuego por la sangre. Por eso cuando decide que es tiempo de dormir, los duendes que trasnochan las lunas a destajo, chocan sus copas de azul melancolía en el estaño de humo proletario que le crece sin parar en la garganta.

Dicen que después puso un pie, en el agua dulzona de los ojos del Nacho Que más tarde se abrazaron en un zarpazo que dura hasta hoy, que se olie ron la sombra y la piel, las correntadas, la guitarra que suda tempestades y la penúltima cicatriz